No puedo parar de pensar en el miedo y el dolor que tuvo que sufrir este pobre ser indefenso, esto no se puede perdonar, se podía haber evitado y no quisieron.
COPIO:
La
galga abandonada vagó durante tres días por el túnel del Metro de
Madrid. Sola, aterrada, herida. La vieron por primera vez el jueves a
las 12 de la noche y a las 8 de la mañana del viernes un grupo de
personas pertenecientes a varias asociaciones de protección animal
(Justicia Animal, Alba, Baas Galgo, El Hogar de Luci, Más Vida y la
SPAP) iniciaron las gestiones para obtener los permisos de la empresa de
transportes que permitieran su rescate. Se sabía que estaba entre las
estaciones de Sáinz de Baranda e Ibiza. Consistía en bajar a las vías y
seguir el procedimiento que los voluntarios conocen bien: cuando un
perro o un gato asustado y hambriento no deja que nadie se acerque, se
colocan las llamadas jaulas-trampa; se deja comida dentro y los animales
acaban por acercarse y quedar atrapados. Así se logra el rescate. Su
colocación no alteraba ni impedía la circulación de los trenes, pues los
túneles del Metro de Madrid tienen huecos en los muros, espacios
retranqueados a los que se podría haber atraído a la galga sin mayor
peligro.
La
galga murió atropellada por un convoy que le seccionó una pata. Tenía
profundas heridas en otra. Agonizó desangrándose, aterida, espantada,
más sola que nunca. Murió porque los responsables del Metro de Madrid no
permitieron que personas con experiencia actuaran para salvarla. ¿Por
qué? Porque era solo una perra. A las 7 de la tarde del sábado, un
conductor avisa de que ha visto a la galga tirada junto a las vías, en
el túnel, a unos 100 o 200 metros de Sáinz de Baranda. No se sabe si
sigue viva, aunque Metro de Madrid informa de que está “presuntamente
muerta”. Las voluntarias piden que se les permita ir a por ella. Se les
niega de nuevo ese permiso. Ruegan que pueda ir entonces una ambulancia
veterinaria o, al menos, los servicios de recogida de animales del
Ayuntamiento. Ruegan compasión. Quizá aún se pueda hacer algo. Metro de
Madrid responde que eso solo será posible a partir de las 2.30 de la
mañana, cuando termine el servicio en toda la red suburbana. Siete horas
más tarde para auxiliarla. ¿Por qué? Porque era solo una perra.
Desesperadas
e impotentes, Matilde Cubillo, de Justicia Animal, e Irene Mollá, de
Más Vida, toman una decisión: bajar a las vías y entrar en el túnel a
por la galga. El Jefe de Seguridad les advierte de que lo que van a
hacer no está permitido y traerá consecuencias. Mati e Irene comprueban
en los paneles que el próximo tren llegará en 18 minutos. Tienen tiempo.
Saltan. Se adentran en el túnel. Se iluminan apenas con la linterna de
un móvil. Cuando regresan al andén llevan a la galga en brazos, tapada
con un abrigo para no perturbar a los viajeros. Su cuerpo aún no está
rígido, todavía sangra.
Mientras
las personas que saltaron a las vías serán sancionadas, varias
asociaciones de protección animal denunciarán a Metro de Madrid por
maltrato, dado que, en sus instalaciones y bajo su responsabilidad, se
dejó agonizar a una perra sin auxilio. Asimismo, la FAPAM (Federación de
Asociaciones de Protección Animal de la Comunidad de Madrid) exigirá a
la Consejería de Transportes que se cree un protocolo de actuación para
casos similares. Pero, además, muchas voces han denunciado en las redes
sociales que los trabajadores de Metro de Madrid no tuvieran la valentía
de desobedecer las órdenes de sus superiores y pararan los trenes entre
las estaciones de Sáinz de Baranda e Ibiza. Les acarrearía
consecuencias, pero si quien estuviera perdida y, más aún, agonizante en
el túnel hubiera sido humana, lo habrían hecho.
En
ese caso, es probable que los trabajadores no hubieran tenido que
desobedecer, porque los superiores habrían ordenado el paro, la búsqueda
y el rescate, pero aquí y ahora interesa reflexionar sobre la hipótesis
de que no fuera así: ¿habrían obedecido los trabajadores a sus
superiores aún a riesgo de atropellar a una humana? Ojalá podamos pensar
que no, que habrían desobedecido, que ellos mismos se habrían tirado a
las vías y habrían corrido a socorrerla. Serían héroes y la sociedad en
su conjunto repudiaría a los desalmados que les dieron órdenes
contrarias al auxilio, a la compasión, a la solidaridad, a la bondad, al
coraje. Nos habrían hecho mejores. Pero solo era una perra. Una pobre
galga abandonada.
Metro
de Madrid ha emitido un comunicado al respecto: “Lamentamos que el
perro haya aparecido sin vida. Os podemos asegurar que se ha hecho todo
lo posible en todo momento por rescatarlo”. Falso. Lo que hicieron los
superiores fue impedir la labor de personas expertas en rescates. Y los
trabajadores, obedecer. Los mismos trabajadores que se atreven a parar
los trenes para ejercer su, legítimo, derecho a la huelga. ¿O es que
cuando hacen huelga obedecen órdenes de sus superiores? ¿Por qué no
tomaron la misma decisión para salvar la vida de la galga? ¿Por qué no
se atrevieron a desobedecer?
En
este mundo nuestro anegado de abuso, de insensibilidad, de injusticia,
nuestra revolución ha de ser la desobediencia. La que desobedece las
órdenes de la injusticia. La que se enfrenta a la insensibilidad. La que
combate el abuso. Como los médicos que se han negado a obedecer la
orden de no atender a las personas sin papeles. Como los funcionarios
que se niegan a obedecer la orden de ejecutar desahucios. Es muy
sencillo: queremos un mundo donde el Metro pare para salvar a una perra.
Un mundo en el que un trabajador se la juegue no solo por su paga extra
sino por la vida de una galga. Un mundo donde los superiores sean
mínimamente inteligentes, lo justo para darse cuenta de que salvar a una
perra abandonada no solo es un deber moral sino que les granjeará
simpatías.
Esa
galga ha muerto sola, aterrada, desangrada en un túnel que es el
símbolo de otra oscuridad: la de conciencia. Era una galga sin chip, sin
hogar, una más de las miles que los cazadores utilizan, maltratan,
abandonan y asesinan. Su raza es autóctona de nuestro país y su
situación, otro símbolo: una belleza, una nobleza, una lealtad
despreciadas, atropelladas, robadas, tiradas en un túnel. Como todo lo
demás: a eso nos están acostumbrando nuestros superiores (en el trono,
en el Gobierno, en la empresa). Si no paramos en seco y lo impedimos,
nos seguirán robando, amputando, dejando morir. Debemos desobedecer.
Saltar a las vías de la conciencia y parar los trenes de esta cultura
podrida. Como Mati Cubillo e Irene Mollá. No seguir obedeciendo órdenes
crueles e injustas. Si no lo hacemos, agonizaremos en el abandono, nos
matarán en este túnel de miseria moral. Como a una pobre galga
abandonada.
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